Muchas cosas cambian en nuestras vidas mientras vamos madurando, para bien o para mal, y mucho de lo que hacíamos cuando niños simplemente se pierde con el tiempo y lo vemos como algo absolutamente normal. Y si bien es importante madurar, también lo es mantener la magia que tuvimos cuando pequeños y que nos hizo quien somos y ése es, sin duda, el mensaje más importante de Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable.

Un reencuentro inolvidable nos muestra a Christopher Robin, el niño que jugaba con las adorables criaturas del Bosque de los Cien Acres y que fue obligado por la vida y sus circunstancias a convertirse en un adulto distante y siempre ocupado que no tiene tiempo para juegos ni sonrisas, ni para su esposa e hija. Este Christopher Robin no está basado en el personaje real hijo de A. A. Milne, escritor de las historias de Winnie the Pooh, sino precisamente en el personaje de estos cuentos, así que la película puede tomarse ciertas libertades y mostrarnos una historia diferente.

La película transmite su mensaje no sólo con los diálogos de los personajes («me enfrenté a un efelante… que era yo mismo») sino también a través de su cinematografía. Pasamos de los colores brillantes del Bosque de los Cien Acres a una Londres fría y gris, y cuando regresamos al bosque de adultos, lo que antes había estado iluminado por el sol, años después está cubierto con una niebla que -con todo motivo- asusta a Pooh y sus amigos. Este juego de iluminación se corresponde con el desarrollo del arco de nuestro protagonista, y hay pocas cosas más satisfactorias que ver a todos los habitantes del bosque tomando el té y jugando bajo un sol radiante.

La interpretación de Ewan McGregor como el personaje titular está a la altura, y podemos ver cómo su rostro va perdiendo -o ganando- rigidez según lo requiere la trama, y cuando Christopher Robin recuerda qué lo hacía feliz, podemos ver el brillo regresando a los ojos del actor. Además, las actuaciones de Hayley Atwell y Bronte Carmichael como Evelyn y Madeline Robin, respectivamente, si bien no tienen tanto peso en pantalla, también le aportan profundidad a la historia.

Y luego, por supuesto, están los habitantes del Bosque de los Cien Acres. Pooh, Tigger, Piglet, Igor, Conejo, Búho, Cangu y Rito son todos parte de la historia, y en esta ocasión su apariencia se distancia de sus versiones animadas y se acerca más a los animales de peluche que inspiraron a Milne para sus historias. Se ven, simplemente, encantadores y como un juguete que fácilmente podría haber acompañado a un niño a principios del siglo pasado. Además, la trama se encarga de recordarnos que las cualidades de cada uno son importantes, desde el pesimismo de Igor hasta la inocencia y el optimismo de Pooh, pasando por el temor y la ansiedad de Piglet y el enérgico entusiasmo de Tigger; cada uno aporta algo al grupo y todos son necesarios, un recordatorio que no está de más en estos tiempos.

Sin embargo, la relación entre Christopher Robin y Winnie the Pooh es la más especial, y es la dulzura de este osito bobito la que logra hacer que el Christopher adulto recuerde la magia de la imaginación y la importancia de disfrutar de las personas que ama. Y por supuesto, quien le enseña toda la alegría que puede brindar un simple globo rojo.

Esta película puede llegar a recordarnos a Hook por los temas que toca en la trama, aunque aquí no tenemos un gran villano como el Capitán Garfio, sólo a un hombre que olvidó cómo ser feliz y cómo hacer nada y disfrutar de lo más sencillo de la vida, convirtiéndose en su propio efelante. Pero con el amor y el apoyo de su familia y amigos, no hay nada que no pueda solucionarse.

ModoGeeks le da a Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable 8/10 tarros de miel.