Antes del 2015, pensar en Escalofríos o R.L. Stine era sinónimo de miedo, o por lo menos del miedo infantil que sentimos a los payasos, las marionetas de ventriloquía y lo que hay bajo la cama. Sin embargo, cuando Escalofríos llegó al cine, vimos en la pantalla grande una cinta que mezclaba perfectamente la fórmula de Stine: humor basado en reacciones reales, sazonado con el miedo a ser atrapado por aquello a lo que tanto tememos.  Pero, ¿sigue Escalofríos 2: Una Noche Embrujada esta fórmula perfecta? Lamentablemente, no.

La película es bastante directa: a no menos de 15 minutos de haber iniciado, ya sabemos que Slappy está de vuelta y, créanme, esto no es un spoiler si han seguido el material publicitario de la cinta. También se nos introduce rápidamente a los personajes principales: Sarah Quinn (Madison Iseman de Jumanji: Bienvenido a la Jungla), Sonny Quinn (Jeremy Ray Taylor de It) y Sam Carter (Caleel Harris de Castle Rock). Sonny es una adolescente que está frustrada porque tiene bloqueo de escritor y no puede terminar su ensayo para entrar a la universidad, mientras que Sonny es un geek obsesionado con el trabajo de Nikola Tesla (sí, Sonny es mi personaje favorito) y Sam es un chico que solo quiere ser cazador de tesoros. Para lograr su cometido, Sam funda junto a Sonny Junk Bros, una empresa de recolección de basura de la que esperan sacar tesoros en casas ajenas. Cuando reciben su primer trabajo, sin embargo, se ven enviados a una antigua casa donde encuentran dos cosas: un manuscrito inédito (y sin terminar) de R.L. Stine (Jack Black) y un muñeco, Slappy, y es a partir de aquí cuando se dispara la historia.

Sarah, Sonny y Sam pasan claramente por un montón de problemas cuando los misteriosos poderes de Slappy comienzan a manifestarse, hasta el punto en que todo el Halloween del pueblo se ve afectado por sus ellos. Aunque si a ver vamos, estos poderes no se manifestaron en la primera entrega y es difícil imaginar por qué no lo hizo si ya los tenía. Parte de las razones por las que que la película no termina de cuajar es que, en primer lugar, tiene un humor muy básico en comparación a la primera, y además muchas cosas funcionan de manera diferente a lo que ya fue establecido en ésta. Los monstruos, por ejemplo, no son todos inspirados en historias de Stine, sino que son simplemente versiones personalizadas de clásicos del terror, mientras que otros ni siquiera son monstruos (los estoy viendo a ustedes, Ositos de Goma) sino simples objetos inanimados que cobraron vida porque… bueno, porque sí.

Más allá de los huecos en la trama, las cosas que pasan y ni siquiera se explican o las que se resuelven con un «lo hizo un mago», la película falla en formar bien a sus personajes principales. El bloqueo de escritor de Sarah no se vuelve a mencionar sino hasta el final de la cinta, y sus flirteos con un chico de la escuela llevan a tan poco que si fuesen sacados de la película no harían ninguna diferencia, y esto no parece ser culpa de Iseman. Aunque Sam y Sonny funcionan bien juntos, su dinamismo es un reflejo de muchos clichés en el cine y realmente sorprenden muy poco. Incluso otros personaje secundarios se pierden, incluyendo a la madre ocupada y trabajadora de los chicos (Wendy McLendon-Covey) o el vecino entusiasta por Halloween (Ken Jeong).

El verdadero brillo de la película recae en Slappy, quien se encarga de llevar la batuta en cuanto a la dirección de la trama y hace un excelente trabajo en lograr que todo lo que salga de su boca de madera suene aterrador. El presupuesto de la película es más bajo que el de su antecesora, lo que se deja ver claramente en los efectos especiales y la ausencia de muchos monstruos en pantalla. No hay un verdadero sentido del peligro en lo que vemos en pantalla, lo que le quita el horror, y tampoco hay un verdadero sentido del humor (fuera de los diálogos de Slappy), así que tampoco hay comedia… Lo que nos deja con Escalofríos 2, una secuela que no hacía falta.

A Escalofríos 2: Una Noche Embrujada le damos 5/10 ositos de goma (pero de los pequeñitos).